domingo, 19 de diciembre de 2010

I-N-K-A-W-A-S-Y: El reflejo de mi deseos o la medida exacta de mis necesidades?

" The dog days are over,
The dog days are done
Can you hear the horses?
'Cause here they come
(DOG DAYS ARE OVER- FLORENCE + THE MACHINE)


Nada como una lluvia primaveral (y casi matinal) para poner a flote tus recuerdos. Que los sientas parte de tu historia por siempre y ya no te den ganas de llorar. Así debería ser. Porque después de tantas semanas y lágrimas, has dejado de sentirte miserable, adolorido, lejano, extraño, paria de parias en tu propia cárcel-mundo. Hoy por fin lo entiendes: “Ningún llanto es eterno, las viudas se casan de nuevo”, como sentencia esperanzadoramente J. Cortázar.


Fue algún domingo de verano. Inkawasy apareció sin anunciarse. Desde el inicio, la empatía era del tamaño del estadio Mansiche y ambos lo supimos. Pero, yo, como suelo hacer, opuse resistencia. Bastante trabajo cuesta recuperarse de las frecuentes decepciones homosexuales como para tolerar que otro (posible) imbécil venga a complicarnos la historia, una vez más. Pero los muros fueron cediendo ante su dulce obstinación. No fue hasta una semana después que accedí a brindarle mi número. Las conversaciones telefónicas eran intensas, abundantes, apropiadas. Salir era un tema que no estaba contemplado en mi agenda. Yo andaba la mar de ocupado terminando un producto impreso. Él estaba buscando trabajo. Ninguno de los dos contempló la posibilidad de ver florecer los geranios y sentir el amor. Pero pasó. Salimos. Yo quedé esperarlo en un semáforo. Inkawasy tardó en llegar. No fue la única vez que tuve que esperarlo con los labios ateridos de frio. Llegó, caminamos. Me llevó a una pizzería bonita y discreta. La noche fluyó como nunca. Luego, inesperadamente, fuimos a bailar. Yo temblaba. Las horas avanzaron prontamente. Fuimos a su casa y dormimos abrazados, como lo haríamos tantas noches de invierno. No tuvimos sexo, ni nos juramos amor eterno. La luz matinal colándose por la ventana nos encontró juntos. Pasaron algunas horas hasta que lo hablarnos con calma y decidimos que sí valía la pena estar juntos.

Mi vida cambió demasiado. Y demasiado me costó volver a mí, después de que todo terminó. Fueron los seis meses más inesperados de toda mi vida. Por fin veía todo a colores. No hubo chico más feliz sobra la faz de la tierra. Nunca mi sonrisa fue tan amplia como cuando íbamos al cine, y super caleta me agarraba la mano suavemente. Me encantaba verlo reírse con las cosas raras que sólo me suceden a mí. Moría cuando veía sus ojos castaños acercarse a los míos y fundirse en besos. Alucinaba con sus abrazos prolongados y sus manos ligeras. Ardía en deseo cuando sentía el tibio olor de su cuello. Me gustaba mucho que se preocupe por mí, y que se moleste cuando no seguía sus consejos. Hubo tanta dulzura y tanta entrega en cada gesto suyo que terminé por perder el sentido.

Nos “comprometimos”. Usábamos anillos, por allí analizábamos artículos decorativos y a estábamos a punto de vivir juntos. Todo era una espiral. Todo iba a 100 km/h. Nadie me había dado la seguridad emocional que necesitaba, nadie me había presentado a su familia. Nadie había llorado conmigo cuando le contaba episodios tristes de mi infancia. Era él. Había llegado al fin el hombre de mi vida, mis sueños y mis fantasías. Hasta que nuestra historia se enredó. Inkawasy consiguió tres trabajos, y algunas horas de nuestro tiempo precioso empezaron a perderse entre su ajetreada agenda y sus ganas de ir siempre por más.

Un buen día, uno de sus trabajos le exigía insertarse en mi área profesional. Por allí le recomendé algunas personas pero olvidé que aquí abundan los resentidos y aguafiestas, y todo terminó en una gran telenovela. En parte porque él, aún teniendo 28 años, reveló algunos detalles y por mensajes en mi facebook con sus iniciales. Evidentemente, yo (por mi edad e inexperiencia) era María la del barrio fusionada con Rubí y tenía el único afán de aprovecharme de Inkawasy, gerente de Marketing de una Empresa de Cruceros. Yo usualmente no suelo darle importancia a las habladurías, sin embargo esa vez fue inevitable porque él empezó a darles crédito y yo no podía ni pensar que mi maravilloso cuento fuese a terminar.

Lamento que mucha gente de mi maldito entorno haya recreado tales fantasías al ser Inkawasy, el gerente poco agraciado físicamente y yo un joven estudiante. Pero nada más lejano de la verdad. No vengo de una cuna de oro pero tampoco salí en mototaxi de un hueco polvoriento de los suburbios de Trujillo, ni me he criado a punta de anticucho de patita y mondonguito. No deseo desmerecer tales condiciones pero no es mi historia de vida. Lo siento. Siempre he tenido todo lo que he querido, y gracias a DIOS, mis padres siempre han podido procurármelo. Y obviamente, han trabajado honradamente para eso. El dinero nunca cae del cielo.

Así empezaron los problemas. Los malos entendidos. La mala onda. Y noté que nuestro amor no estaba fuerte como hierro. Para mi cumpleaños número 22, Inkawasy no llegó porque sabía que las personas del medio irían y podían generarse nuevos inconvenientes. Así que nunca apareció, aun cuando al mediodía me dijo que sí iría, que él estaba muy seguro de lo nuestro. Nada de esto me importaba, yo quería demostrarles y demostrarme que estábamos en pie y que lo demás eran puro cuento. Lo llamé 91 veces. Nadie respondió. Oscar, su mejor amigo y su cuñada seguro aprovecharon el momento para arrojar toda la cizaña posible. No les caí bien en absoluto, y no se molestaban en esconderlo. Esto es una hipótesis porque creo que jamás sabré porque Inkawasy no se asomó, si fue por evitar el escándalo o por intrigas de su círculo familiar.

Vinieron días muy confusos, sólo recuerdo que un día lo llamé, con la esperanza de solucionar el entuerto y me salió con que estaba ocupado, era un día difícil y lo mejor sería hablar en otro momento. Yo no estaba dispuesto a esperar más, necesitaba hablar con Inkawasy urgentemente. Estaba cansado de sentir que él no podía respaldarme como al principio. Inkawasy simplemente colgó el teléfono.

Y pasa lo de siempre, empiezas a culparte. Te sientes mareado de pena y angustia. Tus mecanismos de defensa se activan. Niegas la realidad. Te vuelves un fantasma. Lloras. Duermes. Lo piensas a toda hora. Aparece su recuerdo en todas partes y formas, a veces hasta en sueños. Te oprimen los recuerdos. Una bomba estallándote en el pecho. El dolor. Las pastillas. Las malditas pastillas. La gente a tu alrededor que te habla y no entiendes, porque ya no estás aquí, porque moriste. Moriste y puta madre, todavía sientes su olor en tu sangre, aún hueles un rastro de su perfume en tu suéter favorito. Y así pasan los meses. Como tres. Hasta que tus ojos se han cansado de llorar, hasta que tu propia inercia te empuja a la vida, y entonces ves de nuevo el sol, esta vez solo y desde tu persiana a medio abrir. Recuerdas como fue ese primer día que amanecieron juntos y quizá una ira ronca invade tu garganta y aprietas los dientes para ya no llorar. Por fin lo entiendes, es hora de seguir que ya todo ha terminado.

Pero nada queda al azar. Tarde o temprano acabamos cerrando los círculos que quedan entreabiertos. A unos pocos días, necesitaba con apremio un libro que le había PRESTADO. Dudo si Inkawasy me responderá. Dudo si estoy listo para escuchar su voz y no morir en el intento. Pero lo llamó y ambos fingimos una cordialidad innecesaria. Llego a casa y duermo una noche sin sueños, hace tanto que no lo hacía. Me levanto y reviso el celular: 4 llamadas pérdidas de Inkawasy. Le timbro, sabiendo que quizá estoy arriesgando el último pedazo de integridad que me queda o quizá sea la carta final para mi libertad. Evidentemente me llama al instante. Está gratamente sorprendido por mi llamada. Hablamos como 20 minutos sobre trivialidades, hasta me animo a bromear sobre la novela que se hizo con lo nuestro. Él también. Al día siguiente, viene a devolverme el libro que le pedí, aunque lástima que no trajera el DVD de Pink. Lo importante no es eso. Es que viene acompañado. Es un señor de ojos muy bonitos, como de 40 años. Pero en ese momento, el shock de ver a tu ex después de tanto tiempo te nubla el entendimiento.

Un par de días después me vuelve a llamar. Quiere saber si estoy bien. Le digo que sí, y me pregunto porque recién hoy se acuerda de eso, cuando en 3 meses por poco y me desangro y nada de él. Pero recuerdo que la mente humana es un universo, y la de los gays es como dos universos sin fin. Le respondo que bien. Me invita a tomar algo. Accedo y sin pensármelo mucho le pregunto por el señor que lo acompañó esa vez. Se llama Adrián. Y por qué vino contigo? Le preguntó sin poder imaginar una posible respuesta. Algo raro en mí, que suelo preguntar cosas teniendo en mente lo que podría ser. Porque es mi compañero de trabajo, y… MI NOVIO. Es perfecto, se lleva bien con todos por aquí y es muy comprensivo, dulce y bueno. Me repuse rápido y le dije que nos veíamos en 20 minutos. Me alisté a una velocidad criminal, atropellando todo a mi camino. Llegó, lo espero. Nos saludamos. Inkawasy me mira con es expresión suya de lujuria. Tragos van y vienen. Y decido dar un paso más. Me dice que vayamos a su casa. Acepto, aún dubitativo sobre qué haré.

No es difícil imaginar que Inkawasy intenta besarme y estuve a dos segundos de caer. Con toda la cancha del mundo, sonrío, me aparto y le pregunto cuánto tiempo lleva con Adrián. Casi balbuceando me dice que poco más de 3 meses y se acerca a mi cuello. Quiero llorar de rabia. Tres meses y más. Eso significa que estuvo con Adrián al mismo tiempo que todo se agriaba conmigo? O fue un día después? Ni siquiera el muerto se enfriaba, Ni siquiera tuvo tiempo de cambiar sus sábanas y ya estaba con él. Decido torturarlo y torturarme un poco. Sé que ese aroma a Toronja lo excita a morir. Y sin que él lo espere, le digo: Lástima por él, lástima por mí. Yo no juego así y no he venido aquí a ser tu amante ni a destruir tu relación perfecta. Mis saludos a Adrián, y también mis condolencias.

No exagero si digo que ese día volví a nacer. Todas las sombras que habían poblado mi existencia desaparecieron. Y jamás volví a sentir nostalgia por el pasado que viví con Inkawasy. No obstante, confieso que hoy escribir esto no ha sido fácil. Y he necesitado más tiempo que el normal para enfriar las ideas. A pesar de todo, Inkawasy ha sido el hombre de mi vida. Sí, ahora me doy cuenta que me enamore de él, no como ser o entidad sino como un reflejo absurdo de lo que yo quise siempre para mí. Me olvidé que las medidas de la felicidad nunca se ven a la luz del alba de las ventanas, desde una cama llena de ilusión…