domingo, 20 de febrero de 2011

Aquellas tardes de verano a las 4 en el parque...

Escapamos de todo y me invitabas a pensar.
Me ayudabas con tus juegos a pintar la realidad.
Siempre fuiste fiel, transparente fe.
Los mayores dicen que de ti me enamoré.
(SOLEDAD- LODVG)
Te vi ayer. Sentado y con tu típica cara de odio-al-mundo-hoy. Supuse que una vez más, estabas allí porque tu familia te lo había pedido. Probablemente eras el único de las 1224 personas que asistieron al Luau de Huanchaco 2011 que no la pasaba de diez.
Tú, al principio, no te diste cuenta de mí. Y yo una vez más huí de ti, querido Luis. Mejor dicho Luisín como en aquellos tiempos de nuestra niñez, cuando aún éramos tú y yo y el parque de La Noria. Pasé por tu costado pero no me atreví a decirte hola. Me habrías respondido? Me habrías volteado la cara? Si el destino fuese bueno conmigo, quizá me habrías abrazado, y me habrías preguntado dónde estuve todos estos años perdidos de la adolescencia. Nada de nada. Yo decidí ignorarte como un caballero que no se quita el sombrero ante su dama. Luego me viste. Seguro que te sorprendió verme pedir agua sin gas en lugar de cerveza en aquel mundo vibrante de gente beoda.
De cualquier modo tampoco dijiste hola. No te culpo. No te juzgo. Aunque tampoco podría justificarte y defenderte ante al jurado del paraíso. Igual y dudo mucho que tú y yo, juntos o separados, vayamos al paraíso. Quizá fue la revancha que te debo hace 13 años. Y en el fondo de mi egoísmo, creo que ha sido excelente que te la cobres. Ahora estamos a mano. Pero es preciso que volvamos al ayer para librarnos por completo de hechizo. Éramos tan jóvenes e inocentes. La pureza era aún virtud que conservaban nuestras almas. Yo tenía 9 años y tú 8. Nos reuníamos indefectiblemente todas las tardes de verano a las 4 en punto. Los demás chicos de la patota y yo, te veíamos salir sonriente desde tu casa. Tu mamá, dueña de la única botica en frente del parque, te observaba con preocupación desde la ventana del segundo piso. Quizá ella lo sospechaba. En algún punto todas las madres de los chicos como nosotros lo saben. Lo que más le inquietaba era saber que hacían dos niños de buena posición social entre aquel grupo de chicos con talento de barrio. Quizá por eso, ella prefería que juguemos Monopoly en tu cuarto. Pero nosotros preferíamos el aire de la libertad del parque, aprender a usar palabras soeces y ver quien tenía mejor puntería con los globos de agua en las piernas tostadas de las chicas del lugar.
Todo marchaba bien entre nosotros. Yo adoraba oler tu cabello lacio y escucharte decir montonal (sic) en vez de montón. Se me erizaba la piel ante el contacto casual de nuestras rodillas tibias y huesudas. Era la época del calor y los pantalones cortos. Fue el tiempo del primer amor y acaso la primera desilusión porque aún no conocíamos los claros oscuros de la pasión. Sabes? No, no lo supimos entonces y no veo porqué lo entenderíamos ahora. Creo que habríamos estado juntos por muchos años. Y habrías sido el primer hombre que habría entrado en mí. Sé que lo habríamos hecho con miedo, con inexperiencia, con deseo embebido en ternura. Pero la realidad, una vez más Luisín, terminó siendo otra. No tengo pudor en contarte que siempre me he acostado con gente mucho mayor a mí y que mi primer chico me dejó infinitamente desolado en medio de una cama grande y fría. Nada que ver con tu cama pequeña y suave en donde solíamos saltar emulando trampolines. Hasta que un infausto día me aburrí de ti. Y debo confesarte que me sigo aburriendo hasta hoy infinitamente de todos los hombres que me aman demasiado e invaden mis fronteras. Me aburrí y en frente de la patota infame del barrio te dije que ya no quería ser tu amigo.
Ahora que recuerdo bien, estaba de moda, era cool que los hombres no tuvieran amistades muy intensas con sus congéneres. Y pasó. Tus ojos se aguaron. Sé que lloraste hasta el amanecer. Los tres días siguientes no apareciste. Tu mamá me lanzó una mirada de odio cuando te fui a ver, al cuarto día. Pasaron como unas 2 semanas que a esa edad parecieron meses. Y reapareciste. Nuevo, triunfal, glorioso y con ganas de jugar Baseball con todos. No se mencionó el tema aun cuando era evidente que algo se había perdido entre nosotros. Fragilidad infantil. El ocaso de un amor no consumado porque nuestros labios jamás se crucificaron en un beso ni nuestros cuerpos se hicieron una sola carne.
Todos empezamos a crecer. Tú ya tenías nuevos amigos en colegio, yo me mudé de calle, de barrio, de distrito, de ciudad, de provincia, de región, de país, de continente, de planeta. Las distancias se hicieron abismales y nos borramos mutuamente de la historia. Luego me atestaste un golpe certero: tu primer romance con una chica del barrio: rubia natural y con apellido compuesto. Mientras los demás envidiaban tu suerte y te felicitaban yo me deshacía por dentro.
Pasarían algunos años en blanco hasta que te volví a ver en la biblioteca central de nuestra universidad. Estabas lindo con una camisa roja a cuadros, destacabas entre todos tus compañeros. Yo me sentí tan gay al observarte. Tú, chico malo, me ignoraste. No pensé que te volvería a ver de nuevo y te vengo a encontrar en esta fiesta, donde ambos nos mostramos indiferentes. Yo riéndome de los desabridos chistes en inglés que hacen mis colegas y tú, querido Luisín atragantándote con alitas a la parrilla. Como dos ancianos enfermos de Azheimer, estamos ajenos los sentimientos y a las memorias infantiles, a lo que no fue y que hoy, definitivamente me convenzo, no será...

domingo, 6 de febrero de 2011

MAKTUB

“A la primera persona
que me ayude a salir
de este infierno, en el que yo mismo decidí vivir,
le regalo cualquier tarde pa' los dos
lo que digo es que ahora mismo ya no tengo ni si quiera donde estar.”
(A LA PRIMERA PERSONA- ALEJANDRO SANZ)


Jueves 03 de Enero. 15.39. Abordo un taxi entre el tumulto y el calor de la gente de Huanchaco. Ha llegado la hora de encontrarme con mi destino. Un destino que empezó a escribirse a penas un año atrás y hoy tiene forma y fondo de chico. Daniel Q! con sus 22 años a cuestas, con una corta estadía en Chile y con uña larga de su meñique izquierdo me espera en la esquina opuesta de donde quedamos de vernos. Lo sorprendo por la espalda, que dentro de poco revelará tatuado un corazón en llamas en la tersa piel.

Nos saludamos. Caminamos sin sentido. Le explicó porque tanta complicación con el tema de la seguridad y del anonimato. Nos desplazamos sigilosamente por la urbanización San Andrés. 16:17. Entramos a un bar acogedor e inusualmente vacío. Nos sentamos en la mesa más próxima a la salida. Por si algo ocurre. Por si alguno de los dos se arrepiente y huye. Pero, no. Daniel Q! y yo nos quedamos quietos mientras el dueño trae las tres cervezas Pilsen Trujillo al polo, más frías que trasero de pingüino, y mi 7 up sin helar. Daniel Q! tiene cara de beber eso, y hoy él es mi invitado en todo sentido. Con una generosidad económica inusual en mí pago mientras me repito mentalmente que odio la cerveza y me jode el triple gastar mi dinero en ella. Nada me pone más estúpido e hinchado que la dichosa bebida fermentada de trigo. No tengo otra opción. Trato de beberla adulterándola con gaseosa. Gas más gas. Guerra atómica en mi cuerpo, en especial en mi garganta. Daniel Q! se ríe, piensa que lo rápido y con trampa para emborracharlo y que terminemos pronto en la cama. Lo cual no deja de ser cierto pero no es mi principal motivación. Bebo rápido por la misma razón que un niño que hace puaj a su jarabe contra la tos lo sorbe con desesperación: para no sufrir tanto el trago amargo. La conversación fluye tan entretenida como cazar mosquitos con las palmas de los pies. Si me entienden.

Hasta entra un predicador, y me obsequia amablemente un periódico religioso. Daniel Q! pone cara de tedio, y me explica que detesta que la gente quiera imponerle sus ideologías. Suficiente tiene con su madre y sus sermones para que siente cabeza y consiga trabajo. En la radio, Olga Tañón cantando que basta ya de ver a diario como echas a la basura su corazón, y yo no puedo estar más de acuerdo con que uno no debe echar a la basura nada. Y tomo más animado la maldita cerveza. Daniel Q! ahora canta como si estuviese en American Idol, y los amigos del dueño que liban ron desde la otra esquina nos lanzan una mirada de desprecio, como diciendo vayanse a tirar, maricas. Y le preguntó de lo más tonto, por qué adora la canción. Me responde que se identifica plenamente con eso de la determinación para terminar con alguien que no te valora. Seguimos hablando sobre sus gustos musicales que van de la cumbia, chicha hardcore, ritmos latinos hasta baladas de lo más almibaradas. Se termina la bebida y le digo que me duele la espalda.

Lo cual es mi manera sutil de insinuarle que quiero que nos vayamos a la cama en primera. Se ríe. Sugiere que vayamos a algún lugar más privado. Que yo escoja, que le da igual. Y es una frase que lo pinta bien. Le da igual. Otros tienen que pensar y escoger por él. Dime tú, parece ser su frase favorita. Ay, Danielito Q! si yo te dijera, saldrías corriendo en este momento. Le devuelvo la sonrisa y nos montamos al taxi. Nos bajamos cuadras antes. Nos perdemos un poco pero al fin llegamos al hotel. La escena de la recepción y la cara cómplice del ujier es inigualable. Pienso que debería haberme tomado una foto con ella. Subimos a la habitación 403, un número que me ha tocado muchas veces en varios hoteles locales y foráneos.

Son las 17:25. Él va al baño, a reducir su vejiga mientras inspecciono el cuarto a profundidad y me sorprende lo aseado y bien implementado que está. Ropa de cama nueva, objetos de aseo, clóset, radio, tv con cable, espejos al costado y hasta cuadro de influencia postmodernista. Daniel Q! sale del baño, entró y me percató horrorizado que no hay espejo. Él está ya acostado viendo Laura en el Canal de las Estrellas. Me pide que me recueste a su lado. Lo hago y por unos minutos vemos el programa, hasta que decido arreglar la almohada y, por fin aunque con sabor a cerveza, me besa en cámara lenta. 18:06. Recorre mi cuello, mi pecho, mi espalda con una determinación que me deja lelo. Sabe bien lo que hace. Hay maestría, técnica, pasión y mucho deseo. Notó que el instrumento está listo para ser ejecutado y hago mi mejor esfuerzo para acometer mi tarea. Es todo tan intenso. El dolor es sólo la antesala al placer de nuestros cuerpos. Ya no recuerdo lo que sentí, ni el tiempo que pasó. Sólo sudor y el universo estallando en formas multicolores. Daniel Q! adentro, yo moviéndome. Y luego el final de la primera faena. Sus manos rodeando mi cintura, yo descansando desnudo en su pecho. Sus tibios besos con sabor a cerveza, su ternura al jugar con mi cabello. La expresión de paz en sus ojos, sus hermosos ojos de miel. Reiniciamos la faena. Esta vez nuestros cuerpos se entienden demasiado. Hay algo más que lujuria flotando en el aire de la habitación. La explosión es rápida. Y yo que no quiero que acabe.

Luego, la tv y alguien cantando que no se llama Natacha. Sus dulces besos. Las idas al baño. La cama tibia. Las sábanas. Mi instinto animal a mil revoluciones. El tercer y último round. Hay más contundencia en nuestros gestos. Hay una pasión embebida en violencia, y yo me declaro ganador, cabalgando en Daniel Q! y sintiéndolo rendirse en un gemido débil. Seguimos abrazados, y no tenemos nada que decirnos. Eso quiero creer. Eso me confirma su silencio. Nos miramos como dos extraños que se desean pero no están seguros de cuál será la siguiente ruta de su viaje. Deseo que el tiempo no avance. 21:02. Quiero llorar y no puedo. Él me abraza y me dice que no es preciso decir nada. Me quedo colgado a su pecho. Daniel Q! ya no sonríe al decirme que todo estará bien si somos valientes y caminamos juntos hasta al final del cuento. Juntos, pienso. Juntos como Adán y Eva al principio del universo: desnudos y sin amor errantes, confundiéndose con la nada misma.

martes, 1 de febrero de 2011

Últimos 40 minutos de 40 años

"Frutas del árbol prohibido,
sólo eso me verás comer.
Sangre del venado herido,
sólo eso me verás beber.
Porque no existo,
No me podrás conocer.
Otro atardecer se ha ido,
sólo eso deberás saber (...).
Busca ayuda pero esta vez
el augurio se desnuda mal".
(UN CUERVO VUELA DORMIDO- BABASÓNICOS)
Mateo tiene los ojos azules y el cabello rubio. Bordea los cuarenta años y jamás apaga su ordenador portátil. Ni siquiera para bañarse, dormir o hacer el amor. Mejor dicho, ni siquiera cuando le hacen el amor. Sólo come una vez cada día, y ni aún así consigue enamorarse de su propio esbelto reflejo en el espejo retrovisor de su camioneta plateada.
Nació en Londres, un cálido pero gris 07 de Julio de aquel año que prefiere no recordar. Su familia vino de Rusia, huyendo del frío y la peste. Y ese mismo frío, y ya no la peste, lo hacen ahora huir a diversos países cálidos. En busca del sol, del amor o de un chico latino que le aplique bien el bronceador. El año pasado estuvo en México. Ahora vive en Trujillo del Perú por algunos meses. Casi seis. Yo lo conocí en una fiesta local muy popular, donde todos se visten de blanco sin saber por qué. Y donde hay una enorme sartén artesanal con claveles. Él me vio, se acercó y unos minutos más tarde estábamos en su mesa deleitándonos con una espirituosa bebida. El resto fue pan comido y migas sobre la ropa. Conversación animada. Risitas forzadas. Batido de pestañas y quedó listo el camino para la gloria. Pero no. Yo no estaba de ánimo para un quickie de verano. Al menos no en ese instante. Cuando has tenido demasiado licor en tu garganta ya no te provoca sentir fluidos más espesos. Así que intercambiamos números y quedamos de salir pronto. Yo me resistí a esa idea. Love/lust at first sight is not for me y de noche todos los gatos son pardos. Y de repente esos ojos azules y esa sonrisa fresca lucirían débiles o insípidos a plena luz del día.
De cualquier modo salimos un par de días después, a media tarde. Tomamos dos smoothies y de allí me invitó a su depa. En el trayecto nos detuvimos y compramos un vino argentino bueno, bonito y barato. También nos animamos a llevar queso francés de cabra y galletitas Ritz clásicas. Hablamos y hablamos, reímos y reímos por horas, hasta que una pareja vecina tocó la puerta, interrumpió nuestra escena y nos costó un poco despacharlos. Es sabido que los ingleses no suelen ser tan descorteses como yo, peruano nativo, podría ser.
El hecho es que seguimos en lo nuestro. Se acercó suavemente y dijo: May I kiss you? Y yo puse cara de confusión y respondí: Don’t delay the things that you want right now. Nos besamos suavecito. Él quiso ir más lejos pero no pude, en ese momento recordé a mi ex y sus caricias. Podría jurar que vi los ojos de mi ex desde el armario pero Mateo no estaba dispuesto a detenerse, estaba embriagado o poseído por la lujuria y el arrebato. Intentó desnudarme y como no me dejo opción alcance a sentir su naturaleza rubicunda apoderarse de mi ser. Mientras duró, no más de 40 minutos, me sentí como un estropajo o un muñeco de arcilla. Débil. Inerme. Sucio. Inútil. Luego retomé la conciencia y vi el cielo azul hospedando al sol resplandeciente y puro como nunca podré ser, pensé. En la cama y luego del fragor de la batalla cuerpo-a-cuerpo, yacía incólume el cuerpo de un hombre desnudo y muerto, el mío, al costado de otro hombre enredado en las sábanas que quizá moriría pronto, a manos de su último amante latino…