Escapamos de todo y me invitabas a pensar.
Me ayudabas con tus juegos a pintar la realidad.
Siempre fuiste fiel, transparente fe.
Los mayores dicen que de ti me enamoré.
(SOLEDAD- LODVG)
Te vi ayer. Sentado y con tu típica cara de odio-al-mundo-hoy. Supuse que una vez más, estabas allí porque tu familia te lo había pedido. Probablemente eras el único de las 1224 personas que asistieron al Luau de Huanchaco 2011 que no la pasaba de diez.
Tú, al principio, no te diste cuenta de mí. Y yo una vez más huí de ti, querido Luis. Mejor dicho Luisín como en aquellos tiempos de nuestra niñez, cuando aún éramos tú y yo y el parque de La Noria. Pasé por tu costado pero no me atreví a decirte hola. Me habrías respondido? Me habrías volteado la cara? Si el destino fuese bueno conmigo, quizá me habrías abrazado, y me habrías preguntado dónde estuve todos estos años perdidos de la adolescencia. Nada de nada. Yo decidí ignorarte como un caballero que no se quita el sombrero ante su dama. Luego me viste. Seguro que te sorprendió verme pedir agua sin gas en lugar de cerveza en aquel mundo vibrante de gente beoda.
De cualquier modo tampoco dijiste hola. No te culpo. No te juzgo. Aunque tampoco podría justificarte y defenderte ante al jurado del paraíso. Igual y dudo mucho que tú y yo, juntos o separados, vayamos al paraíso. Quizá fue la revancha que te debo hace 13 años. Y en el fondo de mi egoísmo, creo que ha sido excelente que te la cobres. Ahora estamos a mano. Pero es preciso que volvamos al ayer para librarnos por completo de hechizo. Éramos tan jóvenes e inocentes. La pureza era aún virtud que conservaban nuestras almas. Yo tenía 9 años y tú 8. Nos reuníamos indefectiblemente todas las tardes de verano a las 4 en punto. Los demás chicos de la patota y yo, te veíamos salir sonriente desde tu casa. Tu mamá, dueña de la única botica en frente del parque, te observaba con preocupación desde la ventana del segundo piso. Quizá ella lo sospechaba. En algún punto todas las madres de los chicos como nosotros lo saben. Lo que más le inquietaba era saber que hacían dos niños de buena posición social entre aquel grupo de chicos con talento de barrio. Quizá por eso, ella prefería que juguemos Monopoly en tu cuarto. Pero nosotros preferíamos el aire de la libertad del parque, aprender a usar palabras soeces y ver quien tenía mejor puntería con los globos de agua en las piernas tostadas de las chicas del lugar.
Todo marchaba bien entre nosotros. Yo adoraba oler tu cabello lacio y escucharte decir montonal (sic) en vez de montón. Se me erizaba la piel ante el contacto casual de nuestras rodillas tibias y huesudas. Era la época del calor y los pantalones cortos. Fue el tiempo del primer amor y acaso la primera desilusión porque aún no conocíamos los claros oscuros de la pasión. Sabes? No, no lo supimos entonces y no veo porqué lo entenderíamos ahora. Creo que habríamos estado juntos por muchos años. Y habrías sido el primer hombre que habría entrado en mí. Sé que lo habríamos hecho con miedo, con inexperiencia, con deseo embebido en ternura. Pero la realidad, una vez más Luisín, terminó siendo otra. No tengo pudor en contarte que siempre me he acostado con gente mucho mayor a mí y que mi primer chico me dejó infinitamente desolado en medio de una cama grande y fría. Nada que ver con tu cama pequeña y suave en donde solíamos saltar emulando trampolines. Hasta que un infausto día me aburrí de ti. Y debo confesarte que me sigo aburriendo hasta hoy infinitamente de todos los hombres que me aman demasiado e invaden mis fronteras. Me aburrí y en frente de la patota infame del barrio te dije que ya no quería ser tu amigo.
Ahora que recuerdo bien, estaba de moda, era cool que los hombres no tuvieran amistades muy intensas con sus congéneres. Y pasó. Tus ojos se aguaron. Sé que lloraste hasta el amanecer. Los tres días siguientes no apareciste. Tu mamá me lanzó una mirada de odio cuando te fui a ver, al cuarto día. Pasaron como unas 2 semanas que a esa edad parecieron meses. Y reapareciste. Nuevo, triunfal, glorioso y con ganas de jugar Baseball con todos. No se mencionó el tema aun cuando era evidente que algo se había perdido entre nosotros. Fragilidad infantil. El ocaso de un amor no consumado porque nuestros labios jamás se crucificaron en un beso ni nuestros cuerpos se hicieron una sola carne.
Todos empezamos a crecer. Tú ya tenías nuevos amigos en colegio, yo me mudé de calle, de barrio, de distrito, de ciudad, de provincia, de región, de país, de continente, de planeta. Las distancias se hicieron abismales y nos borramos mutuamente de la historia. Luego me atestaste un golpe certero: tu primer romance con una chica del barrio: rubia natural y con apellido compuesto. Mientras los demás envidiaban tu suerte y te felicitaban yo me deshacía por dentro.
Pasarían algunos años en blanco hasta que te volví a ver en la biblioteca central de nuestra universidad. Estabas lindo con una camisa roja a cuadros, destacabas entre todos tus compañeros. Yo me sentí tan gay al observarte. Tú, chico malo, me ignoraste. No pensé que te volvería a ver de nuevo y te vengo a encontrar en esta fiesta, donde ambos nos mostramos indiferentes. Yo riéndome de los desabridos chistes en inglés que hacen mis colegas y tú, querido Luisín atragantándote con alitas a la parrilla. Como dos ancianos enfermos de Azheimer, estamos ajenos los sentimientos y a las memorias infantiles, a lo que no fue y que hoy, definitivamente me convenzo, no será...