domingo, 6 de febrero de 2011

MAKTUB

“A la primera persona
que me ayude a salir
de este infierno, en el que yo mismo decidí vivir,
le regalo cualquier tarde pa' los dos
lo que digo es que ahora mismo ya no tengo ni si quiera donde estar.”
(A LA PRIMERA PERSONA- ALEJANDRO SANZ)


Jueves 03 de Enero. 15.39. Abordo un taxi entre el tumulto y el calor de la gente de Huanchaco. Ha llegado la hora de encontrarme con mi destino. Un destino que empezó a escribirse a penas un año atrás y hoy tiene forma y fondo de chico. Daniel Q! con sus 22 años a cuestas, con una corta estadía en Chile y con uña larga de su meñique izquierdo me espera en la esquina opuesta de donde quedamos de vernos. Lo sorprendo por la espalda, que dentro de poco revelará tatuado un corazón en llamas en la tersa piel.

Nos saludamos. Caminamos sin sentido. Le explicó porque tanta complicación con el tema de la seguridad y del anonimato. Nos desplazamos sigilosamente por la urbanización San Andrés. 16:17. Entramos a un bar acogedor e inusualmente vacío. Nos sentamos en la mesa más próxima a la salida. Por si algo ocurre. Por si alguno de los dos se arrepiente y huye. Pero, no. Daniel Q! y yo nos quedamos quietos mientras el dueño trae las tres cervezas Pilsen Trujillo al polo, más frías que trasero de pingüino, y mi 7 up sin helar. Daniel Q! tiene cara de beber eso, y hoy él es mi invitado en todo sentido. Con una generosidad económica inusual en mí pago mientras me repito mentalmente que odio la cerveza y me jode el triple gastar mi dinero en ella. Nada me pone más estúpido e hinchado que la dichosa bebida fermentada de trigo. No tengo otra opción. Trato de beberla adulterándola con gaseosa. Gas más gas. Guerra atómica en mi cuerpo, en especial en mi garganta. Daniel Q! se ríe, piensa que lo rápido y con trampa para emborracharlo y que terminemos pronto en la cama. Lo cual no deja de ser cierto pero no es mi principal motivación. Bebo rápido por la misma razón que un niño que hace puaj a su jarabe contra la tos lo sorbe con desesperación: para no sufrir tanto el trago amargo. La conversación fluye tan entretenida como cazar mosquitos con las palmas de los pies. Si me entienden.

Hasta entra un predicador, y me obsequia amablemente un periódico religioso. Daniel Q! pone cara de tedio, y me explica que detesta que la gente quiera imponerle sus ideologías. Suficiente tiene con su madre y sus sermones para que siente cabeza y consiga trabajo. En la radio, Olga Tañón cantando que basta ya de ver a diario como echas a la basura su corazón, y yo no puedo estar más de acuerdo con que uno no debe echar a la basura nada. Y tomo más animado la maldita cerveza. Daniel Q! ahora canta como si estuviese en American Idol, y los amigos del dueño que liban ron desde la otra esquina nos lanzan una mirada de desprecio, como diciendo vayanse a tirar, maricas. Y le preguntó de lo más tonto, por qué adora la canción. Me responde que se identifica plenamente con eso de la determinación para terminar con alguien que no te valora. Seguimos hablando sobre sus gustos musicales que van de la cumbia, chicha hardcore, ritmos latinos hasta baladas de lo más almibaradas. Se termina la bebida y le digo que me duele la espalda.

Lo cual es mi manera sutil de insinuarle que quiero que nos vayamos a la cama en primera. Se ríe. Sugiere que vayamos a algún lugar más privado. Que yo escoja, que le da igual. Y es una frase que lo pinta bien. Le da igual. Otros tienen que pensar y escoger por él. Dime tú, parece ser su frase favorita. Ay, Danielito Q! si yo te dijera, saldrías corriendo en este momento. Le devuelvo la sonrisa y nos montamos al taxi. Nos bajamos cuadras antes. Nos perdemos un poco pero al fin llegamos al hotel. La escena de la recepción y la cara cómplice del ujier es inigualable. Pienso que debería haberme tomado una foto con ella. Subimos a la habitación 403, un número que me ha tocado muchas veces en varios hoteles locales y foráneos.

Son las 17:25. Él va al baño, a reducir su vejiga mientras inspecciono el cuarto a profundidad y me sorprende lo aseado y bien implementado que está. Ropa de cama nueva, objetos de aseo, clóset, radio, tv con cable, espejos al costado y hasta cuadro de influencia postmodernista. Daniel Q! sale del baño, entró y me percató horrorizado que no hay espejo. Él está ya acostado viendo Laura en el Canal de las Estrellas. Me pide que me recueste a su lado. Lo hago y por unos minutos vemos el programa, hasta que decido arreglar la almohada y, por fin aunque con sabor a cerveza, me besa en cámara lenta. 18:06. Recorre mi cuello, mi pecho, mi espalda con una determinación que me deja lelo. Sabe bien lo que hace. Hay maestría, técnica, pasión y mucho deseo. Notó que el instrumento está listo para ser ejecutado y hago mi mejor esfuerzo para acometer mi tarea. Es todo tan intenso. El dolor es sólo la antesala al placer de nuestros cuerpos. Ya no recuerdo lo que sentí, ni el tiempo que pasó. Sólo sudor y el universo estallando en formas multicolores. Daniel Q! adentro, yo moviéndome. Y luego el final de la primera faena. Sus manos rodeando mi cintura, yo descansando desnudo en su pecho. Sus tibios besos con sabor a cerveza, su ternura al jugar con mi cabello. La expresión de paz en sus ojos, sus hermosos ojos de miel. Reiniciamos la faena. Esta vez nuestros cuerpos se entienden demasiado. Hay algo más que lujuria flotando en el aire de la habitación. La explosión es rápida. Y yo que no quiero que acabe.

Luego, la tv y alguien cantando que no se llama Natacha. Sus dulces besos. Las idas al baño. La cama tibia. Las sábanas. Mi instinto animal a mil revoluciones. El tercer y último round. Hay más contundencia en nuestros gestos. Hay una pasión embebida en violencia, y yo me declaro ganador, cabalgando en Daniel Q! y sintiéndolo rendirse en un gemido débil. Seguimos abrazados, y no tenemos nada que decirnos. Eso quiero creer. Eso me confirma su silencio. Nos miramos como dos extraños que se desean pero no están seguros de cuál será la siguiente ruta de su viaje. Deseo que el tiempo no avance. 21:02. Quiero llorar y no puedo. Él me abraza y me dice que no es preciso decir nada. Me quedo colgado a su pecho. Daniel Q! ya no sonríe al decirme que todo estará bien si somos valientes y caminamos juntos hasta al final del cuento. Juntos, pienso. Juntos como Adán y Eva al principio del universo: desnudos y sin amor errantes, confundiéndose con la nada misma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó tu relato...entre intenso y sutil.